lunes, 26 de noviembre de 2007

FE Y COMPROMISO CRISTIANO


FE Y COMPROMISO CRISTIANO[1]
Eudoro Rodríguez A.

El fundamento del compromiso cristiano se remonta a la práctica y la doctrina central de Jesús, la exigencia central que refleja la autenticidad de la religión: el amor a Dios y el amor al prójimo. No se pude creer en Dios y explotar al otro, no podemos reivindicar los derechos de Dios si al mismo tiempo no reivindicamos los del hombre, creer en Dios es, a su vez, creer en el hombre. Dios no es rival del hombre sino su potenciación, su futuro. Pero en la práctica si juzgamos a los cristianos por el amor, por el respeto al otro en cuanto otro, cuánta distancia entre el evangelio y la vida, cuánta incoherencia; digo más, cinismo, cuando vemos en nombre de Dios matar, pisotear, masacrar en razón de su causa. Hemos convertido el amor en una ideología sensiblera, en un sentimentalismo vago, para esconder o simular algo básico: la exigencia de la justicia.

1. El mensaje central del cristianismo: la novedad sobre Dios y el hombre

El compromiso del cristiano no puede entenderse sino desde el mensaje y la praxis misma de Jesús. Y en virtud de esta referencia básica es que siempre debemos preguntarnos acerca de a autenticidad de nuestros compromisos hoy. Referir mi compromiso a la diplomacia, a las conveniencias sociales, a los dictámenes del poder y no a las enseñanzas de Jesús es muy común entre los católicos que buscan siempre, de algún modo, servir a dos señores. El fundamento del compromiso cristiano se deriva del núcleo central del mensaje de Jesús y la novedad que él revela de Dios en relación con el hombre. “El reino de Dios es el mensaje central de Jesús, con igual énfasis en su llegada y en su proximidad. En otras palabras, la ‘expectación del fin’ es aquí expectación del inminente reino de Dios; Y esto significa para Jesús que están cerca la absoluta voluntad salvífica de Dios, su compasiva misericordia y su generosa bondad y, por tanto, la oposición a todas las formas del mal: sufrimiento y pecado” (SCHILLEBEECKX, E., Jesús, la historia de un viviente).

En el siglo XX, en el contexto de las luchas políticas, la expresión Reino nos suena a reyes, medioevo, castas, dinastías, poderío y despotismo. Pero la expresión bíblica Reino o soberanía de Dios se refiere a la acción salvífica de Dios tanto en el presente como en el futuro. No en el sentido de que Dios sea útil para la salvación de los hombres, puesto que para Jesús la causa del hombre, lo humano, es la búsqueda de Dios, por amor a Dios. Esta soberanía expresa, pues, la relación de Dios con el hombre, la unidad de una dialéctica de amistad en la que él no deja de ser el interlocutor soberano. “Jesús habla de Dios como salvación para el hombre. Su Dios es un Dios que se preocupa por los hombres. De ahí que la soberanía de Dios, vivida y predicada por Jesús, se refiera a Dios en su relación con el hombre y, a la vez, al hombre en su relación con Dios. Es una realidad que se vive, a la vez teológica y antropológica. Una realidad, porque la soberanía de Dios es para Jesús no sólo un concepto o una teoría, sino ante todo una vivencia. Lo que configura su vida es la expectación del Reino de Dios y la sumisión a la soberanía divina. Jesús está dominado, cautivado por la soberanía de Dios, de forma que toda su vida es, por un lado, ‘celebración’ de esa soberanía. Y, por otro, un preludio del Reino de Dios en la acción. Por eso vivió y por eso murió: por la causa de Dios en cuanto causa del hombre” (Idem).

Jesús es por tanto el ser absolutamente para Dios y el ser para los demás al mismo tiempo. Pero en esta doble fidelidad y empeño Dios es fiel a la promesa de salvación y el hombre —pese a todas sus fallas y fracasos —tiene certeza de un futuro con sentido: tal es el núcleo del mensaje de Jesús sobre el Reino, sobre la soberanía de Dios que se acerca. Pero esta soberanía es, a su vez, un juicio, una instancia crítica para la historia. El reino de Dios implica que la realidad divina constituye una instancia crítica frente a los hombres, la cultura y la sociedad, el Reino que llega en Jesús es por eso una buena nueva que pone en crisis todo lo establecido.

En su vida y su mensaje Jesús anuncia el Reino como la manifestación universal del amor de Dios a todos los hombres sin distingos ni elitismos: la solicitud del hombre por sus semejantes es la forma visible, concreta, en que se manifiesta la venida y la presencia del Reino de Dios. “El mensaje de Jesús sobre la soberanía y el reine de Dios es, por tanto, en su plenitud, el amor universal de Dios a los hombres manifestado en su vida práctica, el cual constituye para nosotros una invitación a creer y esperar en esa salvación y en ese reino de paz y a manifestar confiadamente la venida de todo esto con una vida coherente: la praxis del reino”. (Idem).

La praxis del cristiano, en efecto, no es más que el anuncio del comportamiento, de la pasión, de la muerte de Jesús, de ese hombre enteramente para Dios y al servicio total de los demás. Es, desde esta perspectiva, que seguir a Jesús es asumir su actitud básica frente a los demás: El ser para los demás, corroborando en la tesis central de su mensaje, la radicalidad del amor que llega a dar la vida por la salvación radical de los hombres.

Es que sólo podemos sentirnos comprometidos vitalmente cuando hemos tomado en serio que el núcleo central del evangelio, su criterio de verdad, el compendio de la ley antigua y de los profetas, se condensa en el imperativo radical del amor. Pero no de un amor desfigurado por las tantas ideologías en que hemos tergiversado e inventado acerca del “amor cristiano” de “la caridad”.
Ese amor cristiano entendido como sentimentalismo piadoso, como actitud de debilidad y misericordia, que tanto criticara el filósofo Nieztche, es sólo una caricatura del auténtico amor evangélico.

Ese amor cristiano entendido sólo como beneficencia que oculta las relaciones de injusticia y el conformismo de una pobreza sacralizada en nombre de la religión que tanto criticara Marx, es una de las grandes falsificaciones del amor como lo predicaron los profetas y el mismo Jesús.

Ese amor universalista que se utiliza para ocultar las divisiones reales, las diferencias de clase, y que permite vivir tan cómoda y tranquilamente a ricos y pobres, es la mayor contradicción contra el espíritu profético, la práctica originaria del cristianismo, la tradición de los padres de la Iglesia y la condena radical de las riquezas mal habidas como producto de la explotación de los pobres. ¿Qué entiende y cómo predica Jesús y los apóstoles en general sobre la centralidad, la radicalidad del amor a los demás?

*Jesús supone de base el amor a Dios. “El le contestó: ‘amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente’. Este es el mandamiento principal y el primero (Mt 22—37) pero en el mismo plano y en una relación indisoluble se sitúa el amor a los demás: “pero hay un segundo no menos importante: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. De estos dos mandamientos penden la ley entera y los profetas” (Mt 22—39—40).

*En el contexto pro gramático del sermón de la montan a Jesús explicita actitudes fundamentales del amor al prójimo que implican una inversión radical de valores frente a los demás y que constituyen, sin embargo, la piedra de toque, el distintivo de quien quiere realmente seguir a Jesús. En cierto modo se dan las señales de la actitud específica y diferenciante con cualquier otra ideología o doctrina moral o filosófica sobre el prójimo: “Les han enseñado que se mandó a los antiguos: ‘no matarás’, y si uno mata será condenado por el tribunal. Pues yo les digo: todo el que trate con coraje a su hermano será condenado por el tribunal; el que lo insulte será condenado por el Consejo; el que lo llame renegado será condenado al fuego del quemador. En consecuencia, si yendo a presentar tu ofrenda al altar, te acuerdas allí de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, ante el altar, y ve primero a reconciliarte con tu hermano; vuelve entonces y presenta tu ofrenda ... Les han enseñado que se mandó: ‘no cometerás adulterio’. Pues yo es digo: todo el que mira a una mujer casada excitando su deseo por ella, ya ha cometido adulterio con ella en su interior... Les han enseñado que se mandó: ‘ojo por ojo, diente por diente’. Pues yo les digo: no hagan frente a los que los ofendan. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, vuélvele también la otra... Les han enseñado que se mandó: ‘Amarás a tu prójimo... y odiarás a tu enemigo’. Pues ya les digo: amen a sus enemigos y recen por lo que los persiguen... Nadie puede estar al servicio de dos amos porque aborrecerá a uno y querrá al otro, o bien se apegará a uno y despreciará al otro. No pueden servir a Dios y al dinero... no juzguen y no les juzgarán; porque los van a juzgar como juzguen ustedes, y la medida que ustedes usen la usarán con ustedes...

En resumen: todo lo que querrían que hicieran los demás por ustedes, háganlo ustedes por ellos, porque eso significan la Ley y los profetas”. (Extractos principales del agrupamiento doctrinal que hace Mateo en el llamado Sermón de la Montaña).

En fin, todos aquellos imperativos que no cumplen los cristianos creyendo conseguir la vida eterna con otros medios más cómodos y seguros (misas, novenas, rogativas…). Y tan en serio lo decía Jesús que colocó en el amor al prójimo el criterio único y suficiente de la salvación. De nada servirán para este objetivo los títulos, los antecedentes familiares, la riqueza, el poder, la ciencia humana y la filosofía, las palancas, las buenas intenciones. Definitivamente Jesús era un auténtico renovador, un subvertidor de los valores de tal manera que si tomamos literalmente el programa del sermón de la montaña, este ideario no es hoy, en el siglo XX, más que una utopía si miramos la realidad de la situación del mundo, de la situación de los pobres, la secuela de guerras… en fin todas aquellas cosas que cuestiona Jesús cuando pide inclusive amar a los enemigos.

La posibilidad de la salvación en el pensamiento de Jesús es, por tanto, universal: viviendo siempre con otros y frente a otros son nuestras actitudes las que deciden nuestra posición fundamental. A los otros siempre los tenemos con nosotros y constituyen, por tanto, la referencia permanente de nuestro ser cristiano, en este sentido ser discípulo de Jesús es asunto de una postura vital frente a los demás en situaciones constantes y concretas,- pero cuán duro, lo sabemos por experiencia, es tener como criterio de autenticidad cristiana a los demás y siempre. Supongo que por este motivo decía Freud que estos imperativos de Jesús van en contra de nuestra naturaleza humana, también inclinada al mal y a la destrucción de los demás.

*La centralidad y la radicalidad del amor es puesta por el evangelista Juan en términos todavía más desconcertantes: Dios es definido como Amor y sólo quien ama tiene acceso a su conocimiento. “Amigos míos, amémonos unos a otros, porque el amor viene de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios, el que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. En esto se hizo visible entre nosotros el amor de Dios: en que envió al mundo a su hijo único para que nos diera vida. Por esto existe el amor: no porque amáramos nosotros a Dios, sino porque él nos amó a nosotros y envió a su Hijo para que expiara nuestros pecados” (1 Jn 4—7).

* Es el apóstol Santiago quien más explicita y concretiza las exigencias del amor cristiano. Exigencias tan claras, tan diáfanas que uno leyendo sin prevenciones su carta supone que ni Marx, ni Engels y menos Lenin alguna vez leyeron la Biblia. Pues a nivel ético ya desde los profetas, desde la auténtica fe en Jesús, de su práctica y doctrina, se condena vehementemente la explotación y la expoliación del pobre. La igualdad radical de los hombres, la censura y condena de las desigualdades sociales, la exclusión de la explotación son todas exigencias originales y radicales del mensaje cristiano. “Religión pura y sin mancha a los ojos de Dios es ésta: mirar por los huérfanos y las viudas en sus apuros y no dejarse contaminar por el mundo... Supongamos que en su reunión entra un personaje con anillos de oro y traje nuevo y entra también un pobretón con traje mugriento. Si atienden al del traje nuevo y le dicen: ‘Tú siéntate aquí cómodo’, y dicen al pobretón: ‘Tú quédate de pie o siéntate aquí en el suelo junto a mi asiento’ ¿no han hecho discriminaciones entre ustedes? ¿y no se convierten en jueces de pésimos criterios?… hermanos míos ¿de qué le sirve a uno tener fe si no tiene obras? ¿es que esa fe podrá salvarlo? … Vamos ahora con los ricos: lloren a gritos por las desgracias que se les vienen encima. Su riqueza se ha podrido, sus trajes se han apolillado, su oro y su plata se han oxidado, su roña será testigo en contra de ustedes y se comerá sus carnes como fuego; atesoraron… para los últimos días. Miren, el jornal de los braceros que segaron sus campos, defraudado por ustedes, está clamando, y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos.

Con lujo vivieron en la tierra y se dieron la gran vida, cebando sus apetitos... para el día de la matanza. Condenaron y asesinaron al inocente: ¿No se les va a enfrentar Dios?”. (Extractos de la Carta del Apóstol Santiago).

*Puede pedirse una concreción más detallada del amor cristiano? Nada más material, más histórico, más concreto que e! amor que exige Jesús. Exigencia absoluta de respeto y servicio a los otros, exclusión de la desigualdad y la explotación dicha en términos éticos hace ya más de veinte siglos. Y entonces, ¿qué ha sucedido a los cristianos que en tanto tiempo no han transformado debidamente las situaciones de injusticia y explotación? Aun más, ¿cómo es posible que una doctrina de igualdad social como el marxismo suponga y afirme radicalmente la relación entre el cristianismo y el sistema capitalista? ¿Cómo es posible que en nombre del auténtico amor, Marx rechace la versión cristiana del amor? ¿Cómo es posible que tantas injusticias en el mundo de hoy existan precisamente en la mayoría de los países católicos del Tercer Mundo? Sólo una gran desviación histórica, sólo una gran traición a la utopía de Jesús puede explicar que Occidente haya asimilado e! espíritu de Jesús a la medida de ‘la injusticia hecha sistema, estructura, historia. ¿Cómo ha sido posible utilizar, entonces, el evangelio para defender los privilegios, la riqueza, el orden social injusto? Acaso podemos extrañarnos ahora que muchas formas de ateísmo tengan sus razones políticas para rechazar radicalmente la fe y el mensaje de Jesús? Si el evangelio original fue la gran noticia para los pobres, ¿cuál ha sido la actitud de los cristianos frente al mundo de los pobres? ¿No será, acaso, que nos hemos inventado en tantos siglos otro evangelio, otro Cristo, otra buena nueva? ¿La de los satisfechos, la de los hartos, la de los privilegiados con el poder y la riqueza? De hecho, ¿no utilizamos más el evangelio para defender causas injustas, para desbloquear las exigencias de la inmensidad de los desheredados, para acabar de hundir a los condenados de la tierra? Tan fácil que es creer ser cristiano cuando lo tenemos todo y el evangelio además nos garantiza otra vida —y eterna— y ésta tranquila y con sobreabundancia. Tan natural que es ver hoy cristianos ricos y cristianos pobres, tan natural que parece ser capitalista y ser buen cristiano de donaciones. Tan cómodo que es ser hoy cristiano fascista en política y rezandero de por vida. Tan natural que es defender los derechos de Dios pisoteando los derechos de los pobres. Tan lógico que es utilizar a Dios como garantía del orden social y de la represión. Tan sublime parece hoy la tarea colosal de una nueva cruzada que elimine a todos los ateos y comunistas. Tan ardorosamente defendemos hoy el engendro de la mal llamada civilización occidental cristiana. Y todavía tenemos el cinismo de preguntar por qué algunos critican la religión y la vida de los llamados cristianos.

Nadie puede leer el Sermón de la Montaña y no sentir vergüenza cuando revisa sus actitudes con el prójimo, cuando contempla el espectáculo macabro del hambre y la injusticia mundiales, cuando ha tomado y vivido el cristianismo como un seguro de vida eterno que en nada le cuestiona sus intereses, su estilo de vida, sus valores, sus opciones, su vida entera. Hoy más que nunca, en un mundo de tanta pobreza y violencia contra los otros, sigue siendo válida la utopía de Jesús, su mensaje radical de amor al prójimo con sus exigencias concretas pero, igualmente, nunca antes se habla percibido en la historia la contradicción inmensa de quienes diciéndose cristianos conviven en medio de tantas desigualdades sociales e injusticia. Tuvo que surgir, siglos más tarde, el manifiesto comunista para que los cristianos redescubrieran el mundo de los pobres, de los desheredados modernos, de los proletarios actuales y volver a ver en ellos la fuente originaria de la auténtica revelación de Dios: “eno fue Dios quien escogió a los que son pobres para que fueran ricos de fe y herederos del Reino que él prometió a tos que lo aman?, ustedes en cambio han afrentado al pobre”. (Santiago 2—5).

*El gran error y el gran malentendido histórico de los cristianos ha sido confundir el amor de Jesús en su forma material, concreta, con la simple actitud de benevolencia, con la caridad en sentido de compasión y beneficencia olvidando la exigencia radical de justicia e igualdad tal como, de hecho, la vivieron las primeras comunidades cristianas cuando repartían los bienes y vivían solidariamente. Esto no quiere decir que la actitud inmediata de servicio no pueda adquirir esas formas (formas admirables inclusive de heroísmo como lo ve uno en hospitales, en leprocomios, en asilos) pero ninguna de ellas puede sustituir el imperativo fundamental de justicia que se remonta, en la Biblia, a las experiencias primeras del pueblo de Israel, y que constituye el meollo central de los profetas, del mensaje global de la Biblia.

—La exigencia de la justicia, por otra parte, se remonta en la Biblia al núcleo mismo de la experiencia religiosa de Israel a la salida de Egipto realizada en la ruptura de un sistema de dominación. Tradición que va a ser recordada, de múltiples formas, por los profetas de una manera vehemente y reiterada. Cuando Jesús hace alusiones a este tema, ya presupone en sus oyentes tal predicación. La condena de las riquezas —y no del rico— en boca de Jesús y en algunas cartas apostólicas no tiene un sentido moralista sino la idea de un producto que ha sido obtenido, casi siempre, por la expoliación de los pobres o la fuerza de los poderosos.

—En los padres de la Iglesia se vuelve a enfatizar tal exigencia y recordando las claras enseñanzas del apóstol Santiago se coloca como problema a la comunidad cristiana la coexistencia de tantas desigualdades sociales entre los mismos cristianos. Era al menos claro para los primeros cristianos, que la exigencia de fraternidad también de algún modo debía traducirse a nivel material. En tal sentido debe entenderse la práctica mayoritaria de la repartición y consumo común de los bienes, así como las primeras colectas o limosnas que hacían las primeras comunidades en l Asia Menor.

—El tema de la justicia y el problema particular de la relación y existencia de ricos y pobres, es una dificultad que ya puede notarse desde el A. T. Cierto que la Biblia lo enfoca no en términos de las ciencias sociales actuales y sus categorías, aunque los términos indiquen claramente una situación concreta de carácter socioeconómico tal como puede verse en las denuncias de los profetas. La salvación ofrecida por Cristo es universal, cobija a todos los hombres pero no a todos de igual manera: a los pobres con preferenciales es anunciada la buena nueva y a los ricos se les alerta sobre las inmensas dificultades de su salvación. En los primeros siglos del cristianismo tal problema fue enfocado desde el punto de vista de la fraternidad, y ello fue lo que motivó una serie de opciones y acciones encaminadas a realizar tal exigencia. Sobre dicho horizonte debe ser resuelto hoy el problema de la justicia social, sólo que hoy disponemos de análisis sociales sobre dicho problema y en este sentido se deben unir ambas perspectivas en una solución que no dejará de ser conflictiva y antagónica.

En nombre del evangelio, en nombre de Jesús no se puede sacralizar la pobreza ni la justicia. “Si la Iglesia —entiendo siempre la comunidad de los creyentes— no puede imponer un sistema en nombre de Jesucristo, esto no quiere decir que la fe sea neutra políticamente. No todos los sistemas políticos, en efecto, son compatibles con el espíritu del evangelio ni con la dignidad del hombre. Es decir, si la Iglesia quiere ser fiel a sí misma, no puede callar ante ciertas situaciones con el pretexto de su neutralidad política. Cerrar los ojos o callar ante un sistema manifiestamente injusto, sería hacerse cómplice de la injusticia y de la perversión de los valores evangélicos. Esto tiene aplicación especial en los casos en que la situación de injusticia o de opresión se pretende imponer o mantener en nombre del cristianismo”. (CUESNONGLE. Vicente, La justicia en el mundo actual, USTA, Bogotá, 1980).
[1] Tomado de: RODRIGUEZ E., El compromiso cristiano hoy en América Latina. Cuadernos de formación cristiana #4, Usta, Bogotá 2000.

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